jueves, 3 de noviembre de 2011

Norberto Saracco

LA EDUCACIÓN TEOLÓGICA EN EL SIGLO XXI
NUEVAS RESPUESTAS PARA NUEVOS DESAFÍOS
UNA VISIÓN DESDE AMÉRICA LATINA
(Manila, 15 de septiembre de 2005)
Dr. J. Norberto SARACCO 
Hace unos años visitó Buenos Aires un destacado teólogo europeo invitado para dar una serie de conferencias.  Era una ocasión única para encontrarnos cara a cara y escuchar a uno de los más destacados pensadores contemporáneos.  Decidí aprovechar la oportunidad y también compartir la bendición con mis colegas de ministerio en la iglesia donde soy pastor.  Así fue que asistí con un miembro de mi equipo pastoral.  No puedo negar la emoción que sentía de poder llevar a uno de mis discípulos en el ministerio a participar de un acontecimiento tan especial.  La conferencia fue brillante.  Al salir del auditorio decidí invitar a mi amigo a tomar un café para que pudiéramos conversar sobre la experiencia que acabábamos de vivir.  Nos sentamos en la cafetería y me dispuse a escuchar lo que este joven aspirante a pastor había aprendido. Me miró casi con vergüenza y suavemente preguntó: Pastor ¿Para qué sirve esto?
No dudo que cualquiera de nosotros, profesionales de la teología, podríamos gastar varias horas explicando a mi colega las bondades y utilidad del discurso que habíamos escuchado.  Pero, lo cierto es que para él “no le servía”. Podemos argumentar, y con razón, que su pensamiento era simple y lineal. Que, de alguna manera, era utilitario, centrado en sus necesidades ministeriales inmediatas. Es cierto, pero también es cierto que “no le servia”.

Hemos venido a este lugar desde todos los rincones del mundo. Provenimos de distintas culturas, pertenecemos a  diferentes familias confesionales y seguro asumimos diversas posturas teológicas.  Sin embargo estoy seguro que compartimos dos sentimientos muy fuertes.  Uno de frustración, porque vemos que la educación teológica está cada vez más alejada de la realidad que viven las iglesias.  La tradicional desconfianza entre la iglesia y la educación teológica se ha profundizado. Gran parte de las iglesias de hoy no tienen inconvenientes en ordenar al pastorado a candidatos sin ninguna educación teológica formal. El resultado es que hay millones de pastores que ejercitan su ministerio sin haber pasado por las aulas de un seminario. Por otro lado, también nos convoca un sentimiento de esperanza, porque cada vez son más los que desde las iglesias y desde las instituciones de educación teológica tratan de cerrar esta brecha.  

El planteo del problema no es nuevo.  Desde los años 70’ se viene hablando del asunto en cuanta reunión de educadores teológicos hay. Lo que sí es nuevo es que todos sabemos que no puede pasar más tiempo sin que se resuelva este dilema. La antigua pregunta: ¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén?, hoy la cambiamos por: ¿Qué tiene que ver la educación teológica con la iglesia?

IGLESIA Y SOCIEDAD EN AMÉRICA LATINA HOY
Conocemos la anécdota de aquella persona que al pasar por la puerta de una iglesia vio un gran cartel que decía: “Jesucristo es la respuesta”.  Movido por su curiosidad entró al templo y tímidamente le dijo al portero: disculpe ¿Cuál es la pregunta?  Muchas veces desde las instituciones teológicas tratamos de ofrecer respuestas a preguntas que la iglesia no hace.  Ofrecemos un producto terminado, los graduados de nuestros seminarios, para una iglesia que no existe.
En los últimos 25 años, la sociedad y las iglesias evangélicas latinoamericanas han cambiado profundamente.  Sin entrar en un análisis a fondo de este fenómeno, pues no es el tema de esta presentación, solo quiero señalar algunos factores a tomar en cuenta.
LA SOCIEDAD CAMBIÓ
El proceso de migración del campo a la ciudad, urbanización, ha avanzado al punto tal de que más del 75% de la población latinoamericana vive hoy en grandes ciudades.  Los cambios en las estructuras económicas y la centralización de los servicios y recursos en las ciudades (hospitales, escuelas, universidades, fábricas, etc.) han empujado a millones de personas hacia los centros urbanos.  En Argentina, por ejemplo, de un total de treinta y siete millones de habitantes, catorce millones de ellos viven en un radio de 60 Km. Se cumple aquello de que “Dios está en todas partes pero atiende en la ciudad”.  El problema no es una mera cuestión demográfica. Esta realidad afecta las relaciones laborales, la estructura familiar, el hábitat y la manera de ser iglesia.  

La pobreza y la desigualdad social también han crecido. La alianza entre gobiernos corruptos y políticas neoliberales ha aumentado la brecha entre los que más tienen y los que menos tienen. Las consecuencias son el aumento de la criminalidad, el hacinamiento poblacional y las migraciones masivas, ya sean dentro de América Latina como hacia EE.UU. y Europa.
Al igual que en el resto del mundo las formas de las familias y sus valores se han modificado.  Más del 35% de los matrimonios termina en divorcio y la cantidad de hijos criados por uno solo de sus padres ha aumentado el 300%  en los últimos veinte años. Es interesante destacar cierta contradicción paradójica: mientras las parejas heterosexuales se divorcian y abortan, los homosexuales se quieren casar y tener hijos.
América Latina es parte también del mundo globalizado y podemos ver entonces que conviven la pobreza más extrema junto a las más grandes manifestaciones de riqueza; el analfabetismo junto a la última tecnología; personas de la calle con teléfono celular.  
Las estructuras sociales han cambiado; las relaciones económicas han cambiado; los modelos familiares han cambiado; los valores morales han cambiado.  ¿Ha cambiado la educación teológica?
LA IGLESIA CAMBIÓ
Es en el contexto que brevemente acabamos de describir donde la iglesia evangélica latinoamericana ha crecido significativamente en las dos últimas décadas y ha construido su nueva identidad.  

El cristianismo llegó a América de la mano de los colonizadores católicos españoles en el año 1492.  Durante cinco siglos la religiosidad católica dominó toda la sociedad y cultura latinoamericana.  Entre otras cosas sus características han sido los estrechos lazos entre la iglesia y el Estado, una religiosidad popular llena de sincretismo,  la mariología como la cara más visible de la fe cristiana, y una cristología centrada en la cruz antes que en la resurrección.  Desde una perspectiva de la sociología de la religión podríamos decir que América latina es un continente cristiano.  Así fue considerado  durante cuatro siglos tanto por los católicos como por los primeros misioneros protestantes.  No coincidían con esta perspectiva los grupos más “evangélicos” del protestantismo, y finalmente la propia iglesia Católica tuvo que admitir que debajo de una apariencia de cristiandad sobrevivían costumbres, estilos de vida y creencias que nada tenían que ver con el cristianismo. Hoy se habla de la “nueva evangelización”.

Tenemos que reconocer que fue el Pentecostalismo el movimiento que tuvo la convicción y la fuerza para quebrar la inercia de la religiosidad católica, dándole una nueva cara al cristianismo latinoamericano. Hoy el porcentaje de evangélicos en América Latina  va desde un 5% en países como Uruguay, a más del 50% en Guatemala.  De todos ellos más del 75% son pentecostales o pertenecen a iglesias de características pentecostales.  

El protestantismo clásico llegó a las elites pero no fue capaz de alcanzar a las grandes masas. Arribó al continente latinoamericano de la mano de las ideas liberales del siglo XIX y apeló a una aceptación racional de la fe.  De esta manera quienes se convertían lo hacían por haber llegado a la conclusión de que no hay otro mediador (santo, virgen) entre Dios y los hombres; o que el Papa no es infalible; o que la Biblia es la Palabra de Dios y la única regla de fe. La tarea de evangelización y proclamación tenían un contenido apologético y requerían, por lo tanto, de predicadores que contaran con una formación teológica de acuerdo a estas exigencias. En esas circunstancias las escuelas teológicas eran apreciadas por la calidad de sus profesores y porque cumplían el papel de transmisoras del conocimiento filosófico y teológico que los pastores y evangelistas necesitaban.  Como herederas de la reforma las iglesias protestantes se caracterizaban por la calidad de sus púlpitos. En aquel tiempo, fines del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, varios pastores y teólogos escribían en los diarios más importantes de la época y eran reconocidos fuera de las fronteras de la iglesia por su elocuencia y capacidad de pensamiento.

Los seminarios eran, entonces, indispensables para el ministerio y misión de la iglesia. Es cierto que las iglesias no reunían multitudes y que la población evangélica no llegaba al 1% de los habitantes, pero también es cierto que esta pequeña minoría contaba con prestigio social y aceptación. Tanto las iglesias como las organizaciones cristianas requerían para su liderazgo personas preparadas.
A partir de los años 50’ la consolidación de las iglesias de trasfondo evangélico, con un fuerte énfasis en la evangelización, y el crecimiento del pentecostalismo permitieron que el evangelio llegara a las capas medias y baja de la población.  En este caso, tanto quienes recibían el mensaje, personas con baja o ninguna educación, y quienes compartían este mensaje, misioneros formados en escuelas bíblicas de EE.UU. con una preparación elemental, hicieron que la importancia de la educación teológica  como esencial para el ministerio no fuera tenida en cuenta.  Comenzó así un camino en el que los seminarios y la iglesia cada vez han estado más lejos.  Las instituciones teológicas poco a poco dejaron de ser un instrumento para la misión de la iglesia y las iglesias sintieron que ya no las necesitaban para su labor.
SEMINARIOS E IGLESIAS: VIDAS PARALELAS
LOS SEMINARIOS

Una de las primeras consecuencias de este divorcio entre iglesia y educación teológica fue que ambas se encerraron en sí mismas, trataron de sobrevivir la una sin la otra y buscaron argumentos para justificar este camino de vidas paralelas.
Los institutos bíblicos y seminarios intentaron iniciar a partir de los años 70’ un proceso de “nacionalización” y superación académica.  Con “nacionalización” queremos decir ese proceso por el cual las instituciones teológicas pretendieron tomar decisiones académicas y administrativas que respondieran más a su contexto y realidad eclesial antes que a la estructura misionera de la que dependían.  En la mayoría de los casos no es mucho lo que se hizo.  Por un lado, la fuerte dependencia económica puso límites a esas intenciones. Por otro, las estructuras de gobierno de la iglesia nacional no estaban dispuestas a ceder poder de decisión.  Quizás las que más avanzaron en esto fueron las instituciones ecuménicas aunque, también, muy dependientes de recursos e ideología extranjera.
Los seminarios trataron de contar con un cuerpo docente cada vez más autóctono y mejor preparado.  Muchos de ellos fueron enviados a obtener sus postgrados en seminarios y universidades del extranjero. El nivel académico se elevó.  Pero, paradójicamente, la distancia con la iglesia fue mayor.  Se puso como parámetro a lograr el modelo de los centros de estudios europeos o norteamericanos y el objetivo fue la formación de teólogos al estilo de esas instituciones. Es suficiente ver los requisitos de acreditación de algunas agencias latinoamericanas para entender la profunda brecha entre el graduado que la iglesia pretende y lo que la institución teológica quiere lograr.  La iglesia envía a sus candidatos para que sean pastores o líderes de ministerios y el seminario intenta devolvérselos teólogos.
El modelo especialmente europeo de teólogos/pastores fracasó.  Si ese tipo de ministerio dio como resultado la muerte de la iglesia en Europa ¿Por qué querer imponerlo en el contexto de una iglesia viva y dinámica como la de América latina? El ministerio del teólogo y el del pastor son diferentes.  No es correcto querer ponerlos como una unidad a la manera que sugiere el texto de Efesios 4:11 “pastores maestros”.  No negamos que pueda darse el caso de que ambos ministerios coincidan en una persona, pero no siempre es así.  En el presente de la iglesia de América Latina, casi nunca es así.

Debido a que las instituciones teológicas continúan sin entender este problema tratan de suplir las necesidades creando programas “ministeriales”.  Estas, en la práctica,  son alternativas de segunda categoría que solo sirven para aliviar las conciencias. Por un lado, la conciencia de los seminarios, mostrando una cara de preocupación por los ministerios en la iglesia.  Por otro lado, la conciencia de los que estudian, porque pueden exhibir un título que aunque no es de valor pleno en el mundo académico a ellos les sirve para cumplir con las formalidades.  

La solución no es formar pastores y líderes ministeriales sin herramientas ni contenidos teológicos. El ministerio pastoral no puede quedar en manos de tecnócratas de la fe.
El intento de producción de teólogos profesionales, tal como aparece en los programas de los seminarios, también ha fracasado en el logro de sus objetivos.  Hoy tenemos mucha menos reflexión teológica desde América Latina que hace veinte años atrás, aunque, por un simple cálculo matemático sabemos que contamos con más graduados que entonces.
¿Qué ha pasado? En primer lugar, el factor económico, algo que los profesionales del pensamiento abstracto no suelen tomar muy en cuenta, ha jugado un papel importante en esta situación.  Para ponerlo en términos económicos, debemos decir que los graduados de los seminarios no hallan un mercado laboral.  Al no poder insertarse en un ministerio rentado en la iglesia, el espacio para “vivir de la teología” es muy reducido.  Ante esta realidad una gran mayoría desarrolla una segunda vocación, de la cual pueda vivir, y relega su vocación teológica al nivel de un pasatiempo eclesiástico.  La minoría restante emigra, prioritariamente a EE.UU., donde encuentra espacio para el ejercicio rentado de su ministerio. El hecho es que en las últimas décadas casi no ha habido producción teológica desde América Latina ni contamos con un pensamiento teológico latinoamericano contemporáneo.  Es paradójico que una de las áreas más débiles es la de los estudios de la Biblia.  Los pastores hoy estudian Biblia a través de autores católicos.

En segundo lugar, a diferencia de décadas anteriores, muchos de los candidatos que hoy llegan a los seminarios comparten una segunda vocación, demoran sus estudios y es poca la cantidad y calidad de tiempo que dedican a la reflexión teológica.  Como alguien dijo una vez, los seminarios enseñan las cosas equivocadas a la gente equivocada.
No queremos decir que no haya espacio para la formación de teólogos “profesionales”.  Al contrario, afirmamos que como nunca antes se necesita esta clase de ministerio. El error estratégico de las instituciones teológicas es desperdiciar recursos humanos y materiales creyendo que quien entra a un seminario es de por si un teólogo en potencia.  Si esa no es la vocación del candidato tratará de convencerlo de cualquier manera.  El mensaje implícito para el estudiante es: “si tu eres una persona inteligente y capaz dedícate a la teología y olvídate del ministerio pastoral.  Si insistes con tu propósito podemos darte un título menor para que tu tiempo aquí no sea un tiempo perdido”.  
En el mundo secular sería impensable una situación de este tipo.  Es como si alguien fuera a la universidad a estudiar medicina y se graduara de economista.

Con estas actitudes la brecha entre la iglesia y los seminarios es cada vez más grande.
El desafío, como veremos más adelante, es tener una formación ministerial que sea teológicamente sólida, ministerialmente útil y contextualmente relevante.
LAS IGLESIAS
Poner en las instituciones teológicas todo el peso del divorcio con la iglesia sería injusto e incorrecto.
Las iglesias intencionalmente han buscado alejarse de los seminarios por el riesgo que significa un espacio con cierto grado de libertad para ver y pensar desde una perspectiva distinta.  La conocida frase repetida mil veces desde los púlpitos: “aquí no hacemos teología”, no ha sido más que un intento perverso para justificar cualquier ideología o creencia que se ha querido imponer sobre la congregación sin aceptar objeciones. El obispo Edir Macedo, fundador y presidente de la Iglesia Universal del Reino de Dios dijo en una publicación sobre la “liberación de la teología”: “Los dogmas establecidos a partir de la teología anulan la espontaneidad de la fe impidiendo su manifestación milagrosa”.
En la base del problema está una visión pragmática de la iglesia que mide el éxito ministerial por el tamaño de la congregación.  El criterio de verdad y fidelidad se mide con parámetros que no son los que enseñan las Escrituras. Cuanto más éxito alguien tiene en el ministerio, según esta manera de medir, tanto más tratará de impedir cualquier reflexión teológica. 
También debemos aceptar el hecho de que en este tiempo las iglesias son invadidas por una ideología de “liderazgo de éxito” que pretende transformar a los pastores en gerentes.  La predicación del evangelio se reduce a técnicas de mercadeo en las que, por supuesto, el pensamiento teológico no tiene cabida.  En una investigación sobre las iglesias,  realizada en la ciudad de Buenos Aires en 1993, uno de los datos mostró que en las tres iglesias más grande de la ciudad sus pastores no tenían ninguna preparación teológica.
  La conclusión sería: “Si quiere que su iglesia crezca no vaya al seminario”.  

En realidad, lo que estamos viviendo es una degradación del oficio pastoral.  Se han reducido los niveles de calidad del ministerio. La consecuencia más directa es el analfabetismo bíblico de los evangélicos contemporáneos y una fe vacía de contenido.
Es interesante observar algunos modelos de iglesias celulares.  En América Latina el más popular es el denominado G12 (Grupo de los 12).  En la práctica es un modelo de crecimiento de la iglesia basado en el desafío de que cada creyente logre tener doce discípulos y que a la vez cada uno de ellos alcance la misma meta.  Es un proceso muy rígido y estructurado. Toda la preparación del liderazgo se limita al hecho de dotar a la persona con la visión y estrategia para la multiplicación. El creador de este sistema, el pastor César Castellano, argumenta que los sistemas de enseñanza de los seminarios no contribuyen a la visión de multiplicación y además son lentos en la formación de líderes. La solución propuesta es enseñar unos conceptos básicos con el fin de tener en nueves meses los líderes formados.  No hay en el sistema ningún espacio para la reflexión teológica ni el estudio profundo de la Palabra de Dios.  El resultado ha sido que cientos de iglesias que han tratado de adoptar este modelo en América Latina han cerrado sus programas de educación teológica.  Se está levantando una generación de líderes instantáneos, ignorantes de las cuestiones teológicas fundamentales y sin herramientas para discernir lo verdadero de lo falso.

El entusiasmo del crecimiento de la iglesia en América Latina y su creciente presencia en todos los ámbitos de la sociedad ha servido para tapar “multitud de pecados”.  Pero, estamos entrando a un tiempo nuevo.  El ritmo de crecimiento ya no es el mismo, el testimonio de la iglesia evangélica se ha debilitado y los pastores están desprestigiados frente a la sociedad.  Hoy muchos preguntan ¿Por qué si la iglesia creció la sociedad no fue afectada?  Junto al crecimiento de la iglesia evangélica también crecieron la violencia, el alcoholismo, la corrupción, etc. Es decir, por alguna razón el mensaje del evangelio no ha trastornado al mundo y esto no es por debilidad del evangelio. Creemos que este principio de crisis servirá, entre otras cosas,  para que la iglesia revise su estrategia de preparación ministerial. La iglesia del siglo XXI deberá pensar seriamente qué clase de ministerio va a formar para que la sociedad sea transformada por el poder del evangelio.  Es imprescindible entrar en una etapa de revalorización del ministerio pastoral y del sacerdocio de todos los creyentes.  Esto exige una apertura al funcionamiento de todos los dones y ministerios y a la preparación no solo de los pastores, según el modelo tradicional, sino de todos aquellos llamados a servir.

Una vez más la misión será el punto de encuentro entre las iglesias y la educación teológica.
EDUCACIÓN TEOLÓGICA Y MISIÓN: LA MISIÓN DE LA EDUCACIÓN TEOLÓGICA
En una consulta celebrada  por la Fraternidad Teológica Latinoamericana en Quito, Ecuador (1985), los participantes llegaron a la conclusión de que “la educación teológica es la capacitación del pueblo de Dios para el servicio del Reino”.
Esta definición introduce dos elementos esenciales: “pueblo de Dios” y “servicio del Reino”.  Según esta definición, que compartimos, la educación teológica no debería limitarse a la preparación de pastores, teólogos o lo que podríamos llamar “profesionales del oficio religioso”.  A partir de la concepción del sacerdocio universal de los creyentes,  la educación teológica debería ser un instrumento para perfeccionar a los santos para la obra del ministerio.  Por supuesto que no dejamos de reconocer que hay ministerios que por su función y complejidad requieren de una formación más profunda y completa.  Sin embargo el valor de esta definición es que pone en claro a quien debemos educar, “el pueblo de Dios” y para qué, “el servicio del Reino”.  De una u otra manera esta definición es aceptada por cualquier institución teológica pero, en la práctica, al observar los programas de estudios, los requisitos de admisión y el producto final que se espera formar, vemos que la educación teológica contemporánea ha perdido su sentido de misión.  Éste no puede ser otro que ser un instrumento para la missio Dei.  

Al analizar la situación  podemos trazar una perspectiva histórica y observar cómo las escuelas de ministerios han ido cerrando su horizonte.
  Quizás el antecedente más lejano sean las escuelas de profetas que ya aparecen en el A.T.. Los profetas, a diferencia de los sacerdotes,  representaban la dimensión carismática, “no controlable” del ministerio. El sacerdote estaba para preservar la estructura, era guardián del orden establecido. Se pertenecía al sacerdocio por una cuestión de casta y su función era asegurarse de que todo siga igual.  Todo lo que un sacerdote podía aprender era seguir haciendo lo que siempre se hizo.  El caso de los profetas era diferente. La pertenencia al profetismo no era por casta sino por vocación. Las escuelas de profetas eran formadoras de vidas a través del discipulado cotidiano. Era una formación para la misión.  De alguna manera las comunidades del desierto cumplieron una función similar.  Aunque mucho más complejas que las escuelas de profetas, estudiaban los escritos sagrados, practicaban un discipulado integral (holistic) y estaba formadas alrededor de un concepto de misión.

En el caso de Jesús y sus discípulos la formación ministerial de éstos se llevaba a cabo en el camino. Las discusiones éticas y teológicas se hacían en el marco de la misión y para la misión. El “programa de estudio” del seminario de Jesús lo imponía la situación. El significado del perdón, la llegada del tiempo mesiánico, la vida eterna, el amor de Dios y tantos otros temas surgían del diálogo cotidiano con la realidad. Jesús puso en claro su objetivo pedagógico desde el primer momento de su ministerio: “os haré pescadores de hombres” (Mt 4:19).
A medida que la iglesia se formaba surgían nuevos temas y desafíos. La incorporación de los gentiles en el plan de salvación, la confrontación de la fe cristiana con otras culturas y religiones, o el enunciado de las doctrinas básicas de la fe cristiana.  Pablo da testimonio de haber gastado tres años después de su conversión en Arabia (Gálatas 1:17-18) rehaciendo su teología judaica a la luz de la nueva fe. Años después él establecerá un centro de formación teológico  misionera en Éfeso (Hch. 19:9-10).  Allí se formaron entre otros Timoteo, Tito y Epafras.  En esta escuela posiblemente se copilaron las primeras producciones teológicas, en especial el “corpus paulino” y sus graduados fueron plantadores de iglesias.  El denominador común de estas experiencias de formación teológica y ministerial era su sentido de misión. 
En los primeros siglos de la iglesia su contacto con el mundo helénico la obligó a entrar en diálogo con la cultura y la filosofía de la época. Los padres de la iglesia, los apologistas y los primeros teólogos, desarrollaron sus pensamientos y entrenaron a sus discípulos con una visión misionera.  Ya sean las escuelas teológicas en Alejandría o en Antioquia de Siria su propósito central era hacer comprensible y aceptable el mensaje del evangelio. La necesidad de elaborar una teología comprensible y aceptable dentro del mundo de pensamiento helénico trajo la necesidad de usar a la filosofía como vehículo y sustento del pensamiento. De esta manera fue naciendo dentro de la iglesia un ministerio especializado, el de los teólogos o doctores de la fe. Sin embargo aunque la reflexión teológica pertenecía a un mundo reducido de personas estas escuelas preservaban la visión misionera.  No era teología por la teología, sino teología para la misión. 

En el período medieval el monopolio de los textos sagrados, la liturgia y los sacramentos quedó en manos del clero.  Cuando irrumpe la reforma protestante se propone romper este monopolio llamando a todos a un sacerdocio universal e impulsando la causa de la educación.  La Academia de Ginebra fundada y apoyada por Calvino (1559) fue responsable por la formación teológica y ministerial de cientos de pastores y misioneros. El objetivo era entrenar líderes para la iglesia y para el gobierno civil.  Antonio Barro describe la visión de Calvino de la siguiente manera:
“Con el fin de cumplir con su propósito, Calvino impuso una disciplina académica rigurosa. Los estudiantes recibían una formación humanista bien amplia, con énfasis en lenguas y en una comunicación escrita y verbal efectiva. La idea de Calvino era que una vez bien entrenados, los estudiantes podrían volver a sus países y extender el evangelio como misioneros.  En este sentido, la intención era hace de Ginebra un centro misionero para extender la Reforma y sus enseñanzas por Europa y el resto del mundo”.

En las iglesias protestantes fue creciendo el énfasis en lo académico, dando origen a las “Facultades de Teología”. Con el tiempo estas “Facultades” se consolidaron.  Paralelamente aparece otro modelo de educación teológica que toma las características de los seminarios católicos creados en tiempos de la contra-reforma. Nacen así los seminarios y luego las escuelas bíblicas.  Estos dos últimos más interesados en la formación personal y ministerial de los estudiantes que en la académica.

Sin embargo, los tres modelos: Facultad de Teología, Seminario y Escuela Bíblica, aunque nacieron en circunstancias y contextos diferentes poco a poco fueron focalizando su visión en los aspectos meramente académicos a costa de lo ministerial y misionero.  Quizás empujados por la inercia del “mundo académico” o la presión racionalista de la modernidad, los esfuerzos  se han centrado en alcanzar los altos niveles de acreditación.

Mientras esto ocurre la iglesia percibe que la institución teológica tiene su propia agenda, discute temas que solo a ella le interesa y ve la misión y los ministerios como una carga de segunda categoría dentro del programa de estudios.

En América Latina los seminarios están soportando la presión de parte de los estudiantes para contar con carreras acreditadas oficialmente por los gobiernos.  En un sentido es positivo que al graduarse el estudiante cuente con un título que lo habilite para desempeñar otras funciones en la sociedad.  La otra cara de esta verdad es que los programas de estudio deben cubrir los parámetros que determina el Estado, limitando mucho los contenidos que la iglesia quiera poner y la “flexibilidad” del programa.

Observamos la falta de un diálogo sincero entre iglesias y seminarios en búsqueda de una estrategia que les permita caminar juntos y enriquecerse de la contribución, recursos y experiencias de cada uno.
Para esto es imprescindible que las instituciones teológicas redefinan su visión y misión a partir de la nueva realidad de la iglesia latinoamericana y de la inserción de ésta en medio de un mundo globalizado.

De no ser así, dentro del modelo actual de seminarios, será cada vez más difícil introducir cambios y es probable que a mediano plazo esto aleje aún más a las iglesias.

CERRANDO LA BRECHA
FORMACIÓN MINISTERIAL TEOLÓGICAMENTE SÓLIDA
 Al insistir en esta presentación que el Norte de la educación teológica es la missio Dei podría presuponerse, erróneamente, que dejamos de lado los contenidos teológicos y nos importan solo aquellos que tienen que ver con algún área de la práctica ministerial.  No es así.  El saber y la reflexión teológica son la columna vertebral de todo proceso de formación ministerial. El problema ha sido que en las escuelas de teología se hace reflexión teológica con los ojos en la espalda.  Se supone que la calidad y profundidad teológica puede medirse de acuerdo a la habilidad que podemos desarrollar para el manejo de nombres, tendencias y corrientes teológicas. Es una teología arqueológica que se goza en descubrir y redescubrir elementos de la tradición. En este juego, el buen teólogo es el que conoce a la perfección lo que Barth, Tillich, Calvino o Bultmann pensaron.  Desde la perspectiva de una iglesia viva y contemporánea si este saber no esta vinculado a la misión es una pérdida de tiempo.  La iglesia pierde, entonces, la riqueza del pensamiento cristiano en su tradición. Lo que los educadores teológicos no se dan cuenta, es que quienes se destacaron por su pensamiento en el pasado lo hicieron porque supieron vincular sus ideas a los desafíos de su tiempo.

Una formación ministerial teológicamente sólida tendrá sus raíces en el pasado pero sus ojos en el futuro. ¿Qué significa hacer teología del tiempo futuro? No es profetismo falso ni adivinación.  Es saber discernir los signos de los tiempos, mostrar el rumbo y ayudar a la iglesia a entender y anticipar los desafíos. La velocidad de los cambios sociales, tecnológicos y culturales demandan de la iglesia respuestas cada vez más rápidas.  Los seminarios deberían formar teológicamente para el mundo de mañana. Si así se hiciera el 100% de los pastores y líderes querrían estudiar allí.  El mundo secular se mueve de esta manera.  Hoy en los mercados de futuro de New York, Londres, Chicago o Tokio se conoce el precio del trigo, oro o ganado del año 2010.  Sabemos que el último modelo de computadora o teléfono celular que está a la venta tiene una antigüedad de por lo menos cinco años.  Hoy está inventado lo que será el último modelo dentro de cinco años.  Nadie compra cosas nuevas, todos compramos antigüedades desactualizadas.  ¿Qué espacios hay en nuestros seminarios para la teología del futuro?

Una formación ministerial teológicamente sólida sabrá vincular la reflexión teológica con la espiritualidad.  En nuestras escuelas de teología en la misma  medida que intenta elevarse el nivel académico disminuye la espiritualidad, como si hubiera una contradicción entre ambos.  Cuando la iglesia no encuentra en los seminarios un espacio para formar en la devoción y espiritualidad a sus líderes, termina por crear sus propios programas, de manera tal que se asegura que la educación se dé en un contexto de vida. Tenemos que reconocer aquí que no todas las iglesias tienen las mismas expectativas. Aquellas que provienen de la reforma privilegiarán la cuestión académica a expensas de la espiritualidad.  Ellas argumentarán que la espiritualidad no es un asunto que le compete a la institución teológica sino a la iglesia.  Por su parte, las iglesias de tradición evangélica  privilegiaran los elementos de espiritualidad a expensas de lo académico.  Como ocurre siempre la solución no está en los extremos. Es necesaria una espiritualidad teológicamente fundamentada y una teología espiritualmente enseñada.  Si esto es así, debemos revisar los requisitos espirituales que exigimos del cuerpo docente. No son suficientes los grados académicos si no vienen acompañados de una vida consagrada.

Sobre la espiritualidad en la formación teológica Gouveia Mendonca dice:
“… es necesario superar la dicotomía entre lo espiritual y lo intelectual.  La tradición cristiana se compone de estos dos aspectos de la vida religiosa: el sentir y el conocer.  Ambos no pueden entrar en conflicto ni excluirse mutuamente, por lo que las barreras deben ser superadas por el principio de la totalidad.  El principio de la totalidad es el concepto de que la teología es un todo compuesto por la biografía del teólogo, las circunstancias de su tiempo y los elementos de universalidad presentes en su pensamiento”.
Una formación ministerial teológicamente sólida será aquella capaz de articular la Palabra de Dios, la reflexión teológica y la missio Dei.  Cuando el estudio de la Palabra de Dios se encierra en el texto bíblico, la teología se satisface a si misma y la misión se deja de lado, la tarea es estéril.  Por el contrario si fuéramos capaces de integrar la Biblia, la teología y la misión la educación teológica comenzaría a tener sentido para el estudiante y para la iglesia.
EDUCACIÓN TEOLÓGICA MINISTERIALMENTE ÚTIL
Uno de los problemas que tenemos en la relación entre iglesia y educación teológica es que ésta última ha tenido una visión muy estrecha de a quienes enseñar.  Uno de los énfasis característicos del protestantismo, el sacerdocio de todos los creyentes, no se ha visto reflejado en los programas y objetivos de los seminarios.  Es cierto que ha habido algunos intentos de abrir la educación teológica a otros ministerios, pero no han sido suficientes.  Ya hemos señalado que tal como están armados los programas de estudio la prioridad está puesta en la formación de teólogos, luego el pastorado y finalmente el currículo se completa con algunos cursos relacionados a otros ministerios.  Las escuelas teológicas en América Latina siguen mirando a sus instituciones hermanas de Europa o EE.UU. como los modelos a alcanzar.  Esta visión hace que en la medida en que cuentan con recursos humanos y materiales los usan en pos de ese objetivo.

La iglesia en América Latina es una iglesia viva, creciente y que trabaja involucrando a muchos de sus miembros en los ministerios.  A diferencia de lo que ocurre en los EE.UU. estos ministerios no son rentados, quienes sirven no están dedicados exclusivamente a ellos, y no han recibido otra preparación ministerial más de la que pudo recibir de su propia iglesia.  En el caso de los pastores, a excepción de los de las mega-iglesias cada vez son más los que tienen otro trabajo secular además del ministerio.   
Una educación ministerialmente útil desarrollará una metodología de educación y un contenido de los cursos de acuerdo a esta realidad.  No son los ministerios de la iglesia los que deben adaptarse al molde de los seminarios, sino los seminarios los que deben adaptarse a la situación de la iglesia. 

¿Qué metodologías usar para que todos puedan estudiar?  La respuesta que han dado las instituciones teológicas refleja su ideología.  Tienen un programa con una metodología y contenido tradicional.  Allí se enseñan lenguas bíblicas, varios cursos de teología e historia, predicación y algunos otros más “prácticos”.  Este es el programa en serio.  Luego, las instituciones más sensibles tienen otros programas, algunos de ellos con cursos intensivos y con contenidos más ministeriales.  Estos son programas de segunda categoría y por lo general no reciben la misma acreditación que el anterior.  El resultado ha sido que hoy no tenemos ni teólogos ni ministerios cabalmente preparados.
Un educación ministerialmente útil hoy debe ser pensada para personas vi vocacionales y con un contenido que abarque la complejidad y pluralidad de los ministerios de la iglesia. El currículo debería incluir bioética, ciencias sociales (política, economía, pensamiento contemporáneo, etc.), liderazgo, mundo globalizado, nuevas tecnologías, familias no tradicionales, iglesia posmoderna, nueva religiosidad, etc.  
Pero también necesitamos teólogos.  La iglesia debe estar dispuesta a invertir tiempo y recursos en la formación de los doctores de la fe.  Hoy sufrimos la invasión de toda clase de doctrinas y modas teológicas.  No solo falta profundidad en el pensamiento de la iglesia sino también discernimiento.  La iglesia latinoamericana está pagando un alto precio por haber renunciado a la formación de sus teólogos y haberse contentado con un activismo superficial.  Invertir en teólogos no es un lujo sino una necesidad impostergable.  Al mismo tiempo las instituciones teológicas deben saber que las iglesias apoyarán la formación de teólogos cuando descubran que lo que ellos/ ellas producen tiene que ver con la vida y misión de la iglesia.

Los teólogos hoy no pueden ser arqueólogos de una iglesia muerta, sino visionarios de una iglesia viva.
EDUCACIÓN TEOLÓGICA CONTEXTUALMENTE RELEVANTE
Mientras el mundo y la iglesia cambian la educación teológica no puede permanecer invariable como si nada sucediera a su alrededor.  Una educación teológica contextualmente relevante es aquella pensada desde un contexto determinado para un contexto determinado.  La teología llega a ser verdaderamente universal cuando es profundamente contextual.

Un tema central en la agenda de las iglesias latinoamericanas es el de la transformación de la sociedad.  Vivimos la paradoja que paralelamente al crecimiento de la iglesia se ha degradado la sociedad.  No es que la iglesia sea responsable de estos males, pero si es responsable de no haber afectado a la sociedad con los valores del reino de Dios.  Muchas iglesias hoy se preguntan ¿Cómo hacerlo? Algunos lo intentan por caminos casi mágicos, ungiendo a las ciudades con aceite desde un avión. Otros optan por el camino de la política y vemos entonces que en cada país se presentan decenas de pastores que como candidatos “evangélicos” prometen desde la participación política cambiar a la sociedad. ¿No deberían ser los seminarios los espacios para la discusión y propuesta de estos temas? ¿No deberían ser los seminarios los lugares en los que se preparen los líderes que afectarán a la sociedad? ¿Están estos temas presentes en las agendas de los seminarios?

Una educación teológica contextualmente relevante es la que hoy en América Latina toma en serio los desafíos de la religiosidad posmoderna, hedonista y superficial. ¿Cuál es la estrategia ministerial para este tipo de iglesia?¿Cómo se preparan ministerios para una iglesia posmoderna?
Una educación teológica contextualmente relevante trabajará con el problema del poder y los poderes.  ¿Qué espacio tiene en el currículo la lucha con los poderes espirituales? ¿Seguiremos excluyéndolos de la reflexión teológica y de la preparación ministerial como lo hicimos durante toda la modernidad racionalista? ¿Dejaremos este tema en manos de improvisados aprendices de brujos con título de pastor?  Pero, además de los poderes espirituales está el poder concreto, histórico y la lucha por el poder.  ¿Qué significa la proliferación de apóstoles si no una lucha carnal por el poder? ¿Cómo puede un seminario preparar apóstoles siervos en lugar de monarcas megalomaníacos?
Podríamos multiplicar las preguntas al infinito pero hay dos cuestiones claves que debe responder toda institución teológica que pretenda ser contextualmente relevante: ¿Estamos ayudando a entender el mundo y, como consecuencia transformarlo? ¿Estamos ayudando a entender la iglesia y, como consecuencia, afectar su misión y ministerio?

Propongo que humildemente, quienes somos parte de la educación teológica, profesores, teólogos, seminarios, administradores, estrategas, caminemos el camino de la cruz.  Es decir, estemos dispuestos a crucificar nuestras viejas estrategias, nuestras antiguas metodologías, nuestros programas irrelevantes, para dar lugar a algo nuevo.  La brecha entre la educación teológica y la iglesia no se cerrará con arreglos superficiales ni adoptando la última metodología de moda. Esto será posible cuando humildemente reconozcamos nuestro fracaso, pongamos todo al pie de la cruz y nos dispongamos a ser parte de lo nuevo que Dios quiere hacer.

¿Tendremos el valor para esto?

1 comentario:

  1. Dr Norberto Saracco, lei una sintesis de su articulo que llego a mi correo, y me parecio buenisimo, usted es lo que yo llamo un profeta de nuestros tiempos, soy pentecostal y mi pregunta es semejante a una de las que usted hace, si hablamos de un avivamiento, porque la sociedad no es impactada por ese avivamiento, porque? no disminuye la violencia y la corrupcion, les decia a mis discipulos esta semana, que necesitamos un avivamiento real, no uno que lloras y danzas y hablas en otras lenguas pero cuando llegas a tu casa no hay cambio, sigues siendo un grosero, desobediente, irrespetuoso y no amable, eso no es avivamiento ni presencia de Dios, creo que necesitamos un real mover de Dios. Bendiciones

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