domingo, 9 de octubre de 2011

Liderazgo y Educación

¡Cambia tú y tu mundo Cambiará!
Hacia la Transformación de nuestro Ser y Entorno
Por Gabriel Gil Arancibia (Mtr. Teología, pastor, profesor, conferencista. Mentor empresarial, Director Nacional de Educación Teológica IDD, Chile)

 

Introducción.

Constantemente leemos o escuchamos frases que apuntan a un volver a empezar, un nuevo orden de cosas o simplemente edificar una nueva sociedad. Esto lo observamos en las noticias, en la radio, en la televisión, en los grafitis de las paredes de nuestras ciudades, en la política, educación, salud, religión, economía e incluso en la iglesia.

Las frases más comunes que he colectado son: “Por una vida mejor”, o “si tú puedes, yo puedo, juntos podemos vencer”, “luchemos por la transformación de la sociedad”; ¿qué les parece esta? “tú puedes construir un futuro distinto”, o bien “construyamos un futuro de bien”. Los líderes eclesiásticos no se quedan atrás, uno de ellos dijo, “Sueño con una nueva mentalidad en la iglesia”. Hay otro que llamó mi atención y dijo lo siguiente: “Necesitamos una iglesia nueva, necesitamos un avivamiento juvenil que levante a la nueva generación”, pero quizás la más famosa de todas pertenece a un líder eclesiástico de la década de los sesenta en los Estados Unidos que transformó su sociedad: “Tengo un sueño” (discurso pronunciado en 1963 ante 250 mil personas). ¿Quién lo dijo? Sí, el Dr. Martin Luther King, pastor Bautista. Él luchó por transformar una nación sumida en el racismo en una nación tolerante, igualitaria e incluyente. El 04 de abril de 1968 en Memphis el Dr. King fue asesinado a los 39 años de edad.

 

Pero, ¿qué tienen en común estas frases? ¿Cuál es la palabra clave en ellas aunque no aparezca escrita? ¿Qué buscan las personas que las mencionan? ¿Cuál es su mensaje? (Escuchar a la audiencia).  Una sola palabra contiene el espíritu de estas frases: CAMBIO.

Los sociólogos han definido a la generación del siglo XXI como “la generación del cambio”, cuyas características son 1no conformarse con los patrones establecidos, con las reglas y sistemas imperantes; 2revelarse a todo lo establecido y  3querer imponer sus propias reglas.

1. Cambio, cambio, cambio ¡esa es la consigna!

Si hablamos de cambio nosotros como líderes cristianos también buscamos un cambio, lo hemos hecho desde hace miles de años y no sólo ahora; sin embargo, no siempre hemos sido escuchados. Algunos de mis oyentes preguntarán, ¿cómo? ¿Ah qué te refieres? Yo respondo: Nuestro líder máximo, Cristo, vino a este mundo a proponer un cambio… en las personas, un cambio de mentalidad, de actitud, de espiritualidad, un cambio de vida (Juan 1:11; 10:10b). Vino a predicar y enseñar un mensaje distinto, Jesús vino a darnos “Un mensaje de esperanza que produce felicidad y transforma nuestro ser, entorno y realidad”, me refiero al Evangelio, palabra compuesta de dos vocablos griegos, el primero eu: alegría, victoria, felicidad, dicha; y el segundo, angelos: mensaje.

El evangelio puro, real y verdadero es aquel que tiene a Cristo por centro y cuyo fin es el cambio de vida para quienes lo oyen. Ese mismo evangelio es el que debemos anunciar por todas partes y a cuantos se nos crucen por el camino: “Id por todo el mundo y predicad este evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15).

El Maestro, nuestro Señor quería que todo el mundo se viera transformado a sí mismo en una nueva creación según el plan original de Dios. Cristo entonces vino a proponernos un cambio. No obstante, hay un problema, el cambio propuesto por Cristo, aquel cambio verdadero capaz de transformar la existencia del ser humano, capaz de restaurar vidas, salvar matrimonios, re-direccionar al perdido, etcétera, poco se escucha, pero no porque este evangelio tenga algo malo en su mensaje, sino por quiénes transmiten el mensaje. ¿Cómo podremos predicar, enseñar, exigir y proponer un cambio en el mundo, en la sociedad, en la iglesia si nosotros mismos no hemos sido cambiados (transformados)? Como pastor y profesor me he encontrado con no pocos “cristianos” que dicen vivir el evangelio pero lo único que hacen es torcerlo y así empañar la imagen de Dios al mundo. De ahí que la sociedad posmoderna de hoy nos desafía diciendo: ¿Existe Dios, a quien le importa? ¿Es real la iglesia, para qué sirve tal cosa? Dos preguntas producto de nuestra incompetencia evangelizadora en la presente era, la era de los cambios.

Veamos pues qué podemos hacer para cambiar primeramente nosotros -con la ayuda de Dios-, para luego ver cómo nuestro mundo, sociedad e iglesia cambian hacia un futuro mejor.

2. Transformemos nuestro Mundo Interior.

Leamos Romanos 12:2a, “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento…” (Versión Reina Valera 1960). La Traducción en Lenguaje Actual nos dice: “Y no vivan ya como vive todo el mundo. Al contrario, cambien de manera de ser y de pensar…”.

¿Cómo interpretamos este pasaje? Los cristianos estamos llamados a cambiar interiormente transformando nuestros pensamientos, palabras y actos con el poder de Dios y así transformar a otros con el mensaje del evangelio, de esta manera, entre más nos transformamos a la imagen de Cristo (parecernos a Él en decisiones y conducta), más influyentes nos volveremos para la sociedad. ¡Una iglesia que refleje la imago christi es la que demanda Dios y pide la sociedad!

El mundo pide a gritos personas que lideren un cambio, una generación de hombres y mujeres capaces de indicar el camino de la transformación hacia una vida mejor, una sociedad mejor, un mundo mejor, pero esto no sólo desde la reflexión, sino también con el ejemplo de vida (una cosa es ser testigo de Cristo, “uno que habla del evangelio”, y otra es ser testimonio de Cristo, “uno que vive el evangelio”). Para entender esto me remonto a la historia de San Agustín de Hipona –teólogo y monje cristiano (354 - 430 d.C.). Se cuenta que cuando el santo iba camino a un pueblo junto con sus discípulos éstos le preguntaron qué iban a hacer allá, él respondiendo les dijo: “Vayan y predíquenles, y si es necesario utilicen palabras”. Dice la tradición oral que después de dos años de residencia en ese lugar los habitantes del pueblo recibieron la fe cristiana sin faltar uno. Nótese la expresión “predicar sin palabras”, ¿a qué se refería el santo?

3. ¿Qué debo cambiar para que el mundo cambie?

En este punto quiero ser directo, claro, objetivo. No les voy a hablar de santidad, espiritualidad, oración, ayuno o aquellas disciplinas espirituales a las que estamos acostumbrados escuchar –todas ellas importantes-, sino de cuestiones mucho más terrenales pero de igual importancia para una espiritualidad contextual del siglo XXI. Me refiero a comportamientos nocivos que si decidimos cambiar como ordena Romanos 12:2 nuestro mundo interior cambiará y se reflejará en nuestro exterior; si hacemos esto –con la ayuda de Dios-, nuestra mente y forma de ser serán distintas para siempre, generando en nosotros las competencias necesarias para… “liderar para transformar a una nueva generación” (lema del Congreso Nacional de Jóvenes IDD, Chile 2011).

3.1. Transformemos nuestra mente en Pensamientos Espirituales. Hay un viejo dicho popular que dice: “Eres lo que piensas”. ¿Qué tan verdad es esto? Los investigadores del comportamiento humano indican que una persona promedio sostiene un diálogo interno consigo misma unas 5.000 veces por día. Y el 85 % de este diálogo es negativo, ejemplo: “No debí decir esto; creo que mi conferencia no está gustando; que feo soy, jamás se fijará en mí; este vestido me hace lucir gorda; creo que no le simpatizo al grupo; jamás me darán el aumento de sueldo; nunca podré pagar esa deuda; que tonto soy, etcétera”.

La neurociencia nos indica que los pensamientos tienen un potente efecto sobre nosotros. Tanto los pensamientos positivos como los negativos afectan nuestra vida, para bien o para mal respectivamente. James Allen, autor de “según piensa un hombre” dijo: “Un hombre es literalmente lo que piensa”. Así entonces si yo decido pensar que soy tonto, que no sirvo, que soy un inútil, eso es justamente lo que pasará conmigo. En cambio, si pienso que soy inteligente, soy capaz y que puedo salir adelante, eso es lo que tarde o temprano pasará. Los pensamientos afectan mi estado interno y se reflejarán en mi conducta externa.

Algunos ejemplos prácticos: Los pensamientos negativos nos hacen tartamudear, derramar las cosas, transpirar más de la cuenta, respirar agitadamente, sentir miedo, nos paralizan y hasta pueden matarnos.

Los pensamientos positivos en cambio nos motivan, nos dan fuerza interna y externa, nos estimulan a seguir adelante, nos dan esperanza, nos empujan a sobrevivir, etc.

Pero, ¿qué dice la Biblia respecto a esto? Si bien en la Biblia no encontramos términos modernos como liderazgo, gerencia del pensamiento, inteligencia emocional, neurociencia del comportamiento, entre otros, en sus páginas sí encontramos consejos prácticos sobre qué pensar: “En fin, hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, noble, correcto, puro, hermoso y admirable. También piensen en lo que tiene alguna virtud, en lo que es digno de reconocimiento. Mantengan su mente ocupada en eso” (Filipenses 4:8)[5].

El apóstol Pablo nos enseña que aún nuestros pensamientos deben ser sometidos a la voluntad de Dios, y que debemos procurar pensar en cosas buenas, positivas y productivas. ¿Por qué diría esto? Los pensamientos positivos, es decir espirituales, nos ayudan a avanzar en la vida, a transformarnos y transformar nuestro entorno. ¿Por qué invertir tiempo en pensamientos que destruyen, que nos frustran y que detienen nuestro progreso? Aprendamos a transformar nuestros pensamientos en pensamientos espirituales constructivos (Proverbios 27:19, Proverbios 4:23, Romanos 12:2).

3.2. Transformemos nuestra lengua en Palabras espirituales. Debemos señalar que pensamientos y palabras están conectados. Leamos lo que dice la Biblia al respecto: “El que es bueno lo es en su corazón y habla lo que tiene allí, de igual manera el malo lo es en su corazón y habla de lo que tiene allí; porque las palabras revelan lo que hay en el corazón” (Lucas 6:45). El término corazón se debe entender aquí como “mente, ó lugar donde radican los pensamientos”. Así entonces, una buena traducción quedaría así: “Las palabras que salen de tu boca revelan lo que hay en tus pensamientos”. De ahí la importancia de llenar nuestra mente con pensamientos positivos, productivos y felices (Filipenses 4:8). En el libro de Santiago leemos: “Con un pequeño timón los pilotos obligan a grandes barcos a ir a donde ellos quieren, aún en medio de fuertes vientos. De la misma manera, la lengua es una pequeña parte del cuerpo, pero presume de grandes cosas” (Santiago 3:4-5a).

El contexto de este pasaje es una exhortación del apóstol a cuidar nuestra lengua. ¿Por qué diría esto? (Leer todo el pasaje en 3:1-12). Santiago nos da la clave en el verso 4: Así como un pequeño timón puede dirigir una embarcación en medio del mar, incluso atravesando una tormenta; así también nuestras palabras (la lengua), tienen el poder de direccionar nuestra vida hacia la vida, es decir el éxito; o la muerte, es decir el fracaso. A esto mismo se refiere Salomón cuando dijo: “Lo que uno habla determina la vida y la muerte…” (Proverbios 18:21).

Pero, ¿cómo mis palabras podrían conducirme al éxito o al fracaso? La respuesta la encontramos otra vez en la neurociencia. Esta disciplina médica informa que en el cerebro radica una parte llamada “el centro del habla”. En dicho lugar los pensamientos son procesados por el cerebro y expresados hacia el exterior por medio de palabras. Los pensamientos y palabras -indican los expertos-, están muy relacionados entre sí, son inseparables.

Estos médicos sostienen que las palabras tienen un tremendo efecto sobre el cuerpo humano. Ellos afirman que una persona podría mantenerse sana y feliz si tan solo aprendiera a controlar sus palabras y pronunciar aquellas que lo conduzcan hacia un estado de suprema felicidad. ¡Increíble! Esto lo afirma la ciencia médica hoy, pero ya el apóstol Santiago y los Proverbios de Salomón nos enseñaban esto miles de años atrás.

Ejemplo: si una persona constantemente está diciendo que se siente enferma, es lógico, dicen estos expertos, que el organismo se predisponga a enfermarse. Esto es muy común con resfríos o gripes, pero se ha sabido casos más graves como cáncer o alguna otra enfermedad mortal. Otro ejemplo lo encontramos en la Siquiatría. Algunos siquiatras han llegado a sostener que una persona que constantemente está hablando cosas negativas, destructivas, nocivas, terminará por convencerse que la vida es negativa, destructiva y nociva; y lo que es peor, convencerá a otras de que esto es así.

Los cristianos estamos llamados a transformar, cambiar nuestra manera de hablar. No seamos negativos, más bien hablemos bendiciones y declaremos en fe por medio de nuestras palabras, que hemos sido creados por Dios para triunfar, para ser vencedores, para conquistar todo aquello que nos propongamos. De seguro, al hacer esto, seremos cristianos más espirituales y constructivos (Proverbios 4:24, 6:16-17, 10:10-11, 10:19-21, 10:31-32, 11:12, 12:6, 12:18, 13:3, 18:20-21, 20:15, 25:11; Efesios 4:29).

3.3. Transformemos nuestros Actos en un estilo de Vida inspiracional. Las personas del siglo XXI han perdido su capacidad de creer en la palabra de otras personas. ¿La razón?, “se dice mucho, pero se hace poco”. Hay un dicho que dice: “Padre Gatica, predica pero no practica”. Lo mismo podría ser, “Pastor Gatica, predica pero no practica”. Otro dicho popular es éste: “Capitán Araya, todos van pero él se queda en la playa”. En Ecuador se escucha este dicho: “Muchas cáscaras, pero pocas nueces”, o también, “Una cosa es cacarear y otra poner un huevo”. En Guatemala encontramos el siguiente dicho: “Muchos truenos, pero poca lluvia”. En la costa de Colombia se escucha este refrán: “Mucho tilín-tilín y nada de paletas”. Y así podríamos seguir nombrando cientos de dichos populares pero… ¿Qué nos quieren decir estos refranes? Acusan la falta de coherencia entre el discurso hablado y los actos. De ahí que los cristianos debemos vivir una vida inspiracional, es decir, una vida que inspire confianza, respeto, honor, y que motive a otros a imitarlo. ¿Acaso no dijo eso el apóstol Pablo? “Sed imitadores de mí así como yo de Cristo” (1ª Corintios 11:1), ¡Guau! ¿Quién de nosotros podría decir lo mismo? Y sin embargo, ¡estamos llamados a hacerlo! A inspirar en los demás un cambio dando nosotros el ejemplo primero.

Nuestro Señor Jesucristo nos advirtió, “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20). Mientras el apóstol Santiago nos indica… “Pero no es suficiente con solo oír el mensaje de Dios. Hay que obedecerlo, llevarlo a la práctica. Si solo lo oyen, sin hacer lo que dice, se están engañando a sí mismos” (Santiago 1:22). Y en la misma carta el apóstol nos sentencia de esta manera: “Como puedes ver, Dios aprueba a un hombre no solamente por la fe que tenga, sino también por lo que haga” (2:24). Los actos entonces deben ser coherentes con las palabras, lo mismo que con los pensamientos.

Conclusión.
El lema de este Congreso Nacional de Jóvenes es “Liderar para transformar a una generación”. Bien, no podemos liderar la transformación de nuestra generación y de la siguiente sin antes haber experimentado –nosotros primero-, una transformación de mente y de conducta que se refleje en un estilo de vida cristiano, pertinente, influyente, impactante, coherente, consecuente, motivante y desafiante. Esto sólo será posible cuando el evangelio de Cristo haga vida en nosotros y cuando nosotros nos decidamos a No amoldarnos al sistema mundanal, sino, influir en él para bien, construyendo así una sociedad mejor, un presente mejor y un futuro esperanzador.


Así qué… si deseamos ver cambios (ya sea en lo secular como en lo eclesial), está bien, pero cambiemos nosotros primero. Recuerda que “Cambia tú y tu mundo cambiará”. ¿Qué clase de mundo quieres legar a la siguiente generación? Seamos pues jóvenes optimistas, espirituales, constructores, capaces de influir positivamente en la sociedad por medio de nuestro ejemplo de vida, una vida impregnada por el evangelio de Cristo.
As
Gabriel Gil Arancibia
Facilitando el liderazgo

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