lunes, 20 de junio de 2011

SERMONES: Cambiemos nuestra forma de ser iglesia

Transformemos nuestra Forma de ser Iglesia
Gabriel Gil Arancibia. Predicación en la Capilla del Seminario Sudamericano (SEMISUD).
Miércoles 18 de agosto del 2010

 

El tema que mis autoridades espirituales me han pedido para hoy es tanto atractivo, tentador y seductor. El título en sí nos sugiere varias ideas de cómo transformar la iglesia; sin embargo, antes de transformar algo, debemos entenderlo.

A mi modo de ver, el tema planteado presenta dos grandes problemas, los cuales vamos a analizar a lo largo de esta reflexión.


PRIMER PROBLEMA, ¿Qué entendemos por Iglesia?
“Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18)

No hay en toda la Biblia ningún versículo que nos explique “que mismo es la iglesia”, ni siquiera en las cartas del apóstol Pablo aparece una definición concreta del término. Sí se menciona el término iglesia, pero no se lo explica (Mateo 16:18 no es la excepción). El apòstol Pablo fue el máximo misonero de la iglesia primitiva y el que fundó casi 32 congregaciones en todo el Mediterráneo, pero nisiquiera él nos aclara el misterio. El libro de los Hechos, que narra históricamente lo sucedido con la primera comunidad de cristianos tampoco nos dice qué es la iglesia.

El gran eclesiólogo P. Faynnel, en su libro LA IGLESIA declaró: “Los apóstoles estaban más preocupados en hacer iglesia, que de entenderla”.

El problema se ahonda cuando nos ponemos a pensar si Cristo quiso realmente fundar la iglesia, al menos como la conocemos en la actualidad (varios eclesiólogos de renombre acusan que nunca fue la intención de Cristo fundar “la iglesia”).

Algunos de nuestros alumnos egresados, interpretando a célebres maestros del Semisud elaboraron tesis de investigación un tanto controversiales para algunos, brillantes para otros, respecto a lo que Cristo fundó en el primer siglo. Estos alumnos fueron valientes al afirmar que Cristo nunca tuvo la intención de fundar una iglesia institucional como la que tenemos hoy, al contrario, lo que Cristo sí fundó fue “una comunidad de hombres y mujeres unidos por la fe en Dios y practicantes de los principios del Reino”. Todo lo demás, como diría el exégeta, es sólo añadidura.

Faynnel, Hans Küng, Dietrich Bonhoefer y otros eruditos del campo de la eclesiología están de acuerdo que Cristo fue un hombre sencillo, y que lo que quiso fundar fue una comunidad de gente sencilla, que viviera una vida sencilla y así impactaran a otros con su ejemplo de vida.

Con respecto a la palabra “impactar”, mucho se ha abusado de este término. Piense conmigo un momento, ¿a qué nos referimos con impactar? Muchas congregaciones, ministerios y fundaciones cristianas incluyen en sus declaraciones de visión y misión la palabra impactar, pero… ¿A qué se refieren? ¿Qué implica el término en sí? Una cosa es clara, nuestro Señor Jesucristo junto con 40 hombres y mujeres, no  más que eso, logró IMPACTAR LA SOCIEDAD DONDE VIVÍAN. Es decir, “transformaron a las personas inmediatas a su contexto”, y con eso cumplieron su misión. Yo me pregunto, ¿por qué soñamos con impactar al mundo entero si no somos capaces de impactar/transformar a quienes nos rodean? Una iglesia verdadera es aquella que realmente transforma con el poder del evangelio a sus feligreses en primer lugar, a las familias de éstos en segundo lugar, y a los amigos y compañeros cercanos en tercer lugar. Si cada congregación se focalizara en hacer esto, la tarea de evangelizar hace rato se hubiera cumplido. Pero la verdad es que soñamos con lo grande, lo apoteósico, lo megalómano, soñamos con grandes construciones y miles de seguidores, cuando en Cristo, nuestro fundador y Mentor, no aparece ni una pizca de eso. Algo anada mal, algo no entendimos bien cuando quisimos reproducir el modelo de Cristo.

En el libro de Eclesiastés encontramos una verdad innegable: “Dios creó al hombre sencillo, pero éste se complicó la vida”. Somos nosotros, los seres humanos quienes nos encanta complicar lo incomplicado, confundir lo entendible y arruinar lo construido. La idea de Cristo era buena, facil de entender y de aplicar. Repito: “Una comunidad de seguidores, unidos por su fe en Dios, practicantes de los principios del Reino”. ¿Qué tan difícil puede ser esto de entender? Pero nosotros, simples mortales, creemos que cuando algo es muy fácil de entender y aplicar, cuando algo es sencillo o pequeño es mediocre e incluso malo; entonces lo burocratizamos, lo institucionalizamos, lo adoctrinamos, dogmatizamos, idealisamos y agrandamos, y el resultado final es “la Iglesia a la que actualmente tú y yo servimos”.

Pero volvamos a la pregunta del primer problema, ¿Qué es la iglesia? Como profesor del SEMISUD, es mi anhelo que todos ustedes, los alumnos de este prestigioso plantel, al término de sus cuatro años de estudio puedan tener su propia definición de iglesia. Para ayudarles, veamos unas breves definiciones del término según algunas denominaciones cristianas de importancia:

1. Para la Iglesia Católica Apostólica y Romana, la iglesia es: “Una sociedad divinamente constituída, compuesta de miembros de cada raza y nación, en la que todos mantienen la misma fe, usan los mismos sacramentos como medios de santidad y salvación, y son gobernados benignamente por el sucesor de San Pedro, el vicario de Cristo, el papa”.
2. Para la Iglesia Anglicana, “la iglesia visible de Cristo es una congregación de hombres fieles, en la cual se predica la Palabra de Dios, y donde los sacramentos se ministran apropiadamente de acuerdo a la ordenanza de Cristo”.
3. Para la Iglesia Reformada, “La iglesia católica o universal, la cual es invisible, se compone del número total de los elegidos… La iglesia visible, la cual también es católica o universal bajo el evangelio, consta de todos por los que el mundo profesan la religión verdadera, juntos con sus hijos”.
4. El concepto Bautista: “La iglesia es una compañía de santos visibles, llamados y separados del mundo por la Palabra y el Espíritu de Dios, a la profesión visible de la fe del evangelio; siendo bautizados en esa fe”.
5. ¿Cuál es tu concepto?


SEGUNDO PROBLEMA, ¿Debemos luchar contra la Tradición?
“Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos” (Jeremías 15:19).

En mis años como docente del SEMISUD me he encontrado con diferentes alumnos. Algunos son ratones de biblioteca, les encanta leer e investigar, ¡bien por ellos! Otros son pensadores por naturaleza y siempre están abordando a los profesores para dialogar con ellos; otros tienen pasta de escritores y constantemente están esbozando artículos aquí y allá; y algunos alumnos les encanta pasar sus años en SEMISUD jugando voley o futbol, o chateando en el Internet, bueno, “de todo hay en la viña del Señor”.

En fin, varios alumnos brillantes que han pasado por nuestras aulas fueron en su tiempo “revolucionarios, criticos observadores y agudos pensadores”. Ellos y ellas prometían cambiar el mundo, transformar la iglesia y predicar a Cristo de manera novedosa.

Muchos de ellos están hoy insertos en el mundo eclesial, predicando, enseñando y pastoreando; la mayoría, sumidos en la corriente implacable de la tradición. Es decir, están allí afuera haciendo “más de lo mismo”. No es que lo que está allá afuera esté mal, sería irresponsable de mi parte afirmar tal cosa, pero sí les aseguro que nuestras iglesias podrían estar mejor.

Muchos de nuestros egresados al salir de nuestras instalaciones y enfrentarse al mundo real, se encuentran con una montaña eclesiástica dificil de escalar. Nuestros muchachos/as llegan a sus países cargados de ideas frescas, sugerencias inteligentes, propuestas atrevidas, soluciones prácticas; pero poco a poquito comienzan a menguar. El ímpetu seminarista comienza a desaparecer. Es más facil pensar como el resto, es más facil hacer el trabajo como manda la tradición, es más facil y menos arriesgado seguir la corriente que ir en contra de ella. ¿Por qué? Los seres humanos buscamos siempre el sentido de pertenencia, y cuando alguien piensa diferente a nosotros lo marginamos, despreciamos y excomulgamos. Así que, como no queremos ser marginados, nos atemorizamos y nos amoldamos al sistema, pero olvidamos lo que Pablo nos dice en Romanos 12:2, “No te conformes al sistema”.

Dios le da una clara advertencia al profeta Jeremías, Él le dice: “Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos”. En este seminario aprendemos a pensar, criticar, sugerir, proponer y hacer. Pero este seminario es como una especie de burbuja académica, que nos protege y alimenta mientras vivimos dentro de ella. Pero afuera, la realidad es otra.

Nuestros amados pastores y pastoras, a quien denomino cariñozamente “la escuela antigua”, fundaron iglesias por todas partes. América Latina está llena de iglesias grandes, medianas y pequeñas, todas ellas levantadas por ministros del evangelio. Hombres y mujeres que dejándolo todo, incluso dejando de comer, pusieron sus vidas a disposición del Reino. El resultado salta a la vista, las iglesias son el testimonio de su esfuerzo.

La nueva generación, ustedes, no pueden desconocer ese esfuerzo. Pero esto no significa que harán más de lo mismo. Los tiempos han cambiado, las necesidades son otras, las audiencias son diferentes y por tanto, las estrategias también.

En cierta ocasión David Ramírez dijo: “Las mejores iglesias aún no han sido levantadas en América Latina”. Él tenía razón, las mejores iglesias están aquí, en sus cabezas, en sus mentes, en sus ideas, en sus sueños y proyectos. Algún día usted saldrá de esta casa y estará allá afuera, sólo; y es allí donde tendrá la tentación de seguir el camino fácil, el de la tradición, es decir, hacer más de lo mismo; o bien, elegir el camino de los héroes, el camino de los mártires, el camino de los vencedores. ¿Cuál? Negarse al conformismo, negarse a la autocomplacencia, negarse a la gratificación instantánea; sino, marcar la diferencia, hacer la diferencia, crear iglesias diferentes, modelos diferentes, predicaciones diferentes, ministerios diferentes; pero recuerda, puedes hacer la diferencia “al estilo de Dios”. Habrán críticas, burlas, comentarios despectivos, chistes sobre ti; pero si te mantienes firme, seguramente en 7 o 10 años, tu nombre comenzará a sonar, tu ministerio será respetado, el modelo nuevo de iglesia que hayas implantado será estudiado por los nuevos seminaristas. Pero si haces más de lo mismo, serás bueno, pero habrás perdido la oportunidad de haber sido “mejor”.

CONCLUSIÓN.
La iglesia del siglo XXI no puede ser como la iglesia del siglo XX, sería inapropiado, absurdo y poco inteligente. Necesitamos romper paradigmas, estructuras cuadradas e impertinentes. Se hace necesario hombres y mujeres violentos, en el sentido espiritual, capaces de agitar las aguas de la denominación; hacer observaciones respetuosas a los superviores; dar sugerencias viables a los antiguos pastores; proponer caminos transitables a las futuras generaciones.

Allá hay un Mundo esperando por las nuevas iglesias, nuevos modelos, con principios bíblicos sólidos y bien interpretados. Allá afuera hay comunidades urbanas esperando por el mensaje del evangelio; hay comunidades sexuales diferentes a la nuestra esperando que alguien les ilumine el camino; allá afuera hay hombres y mujeres de negocios sedientos de una pastoral amiga y no de pastores que sólo buscan su dinero; allá afuera, y sin necesidad de ir tan lejos como nuestros amigos misioneros, allá en la ciudad hay necesidades imperantes que reclaman de nosotros respuestas pertinentes aquí y ahora.

Dos cosas quedan claras de este sermón: Primera, debemos entender qué es la iglesia, según las Escrituras y según la mente de Cristo y; Segunda, debemos marcar la diferencia haciendo de la iglesia una comunidad accesible para todos, diferente, contextual, pertinente, novedosa y práctica.

Pidamos a Dios nos de la inteligencia para ser cristianos/as facilitadores del Reino y jamás obstaculizadores  porque de esos ya tenemos de sobra.

¡Dios les bendiga!

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